lunes, 22 de febrero de 2010

Leon de Winter - El Hambre de Hoffman

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Caminando por los pasillos de la biblioteca pública piloto me encontré con este libro, al leer la sinopsis vi cosas interesantes como el hecho de estar ambientado en los últimos años de la guerra fría y otras cosas curiosas como elementos policiacos unidos a la figura de un protagonista bulímico, pero la verdad es que la historia del protagonista Felix Hoffman resulta algo desoladora, particularmente me ha puesto a pensar en cosas como qué hacer ante aquellas perdidas que son significativas, esas que dejan hueco en el alma solo "seguir para adelante" es lo que comúnmente se dice o hace, pero detrás de esa expresión hay una especie de convicción, determinación o fuerza que hace posible ese "seguir adelante" yo me atrevería a decir que es la esperanza en que las cosas cambien o por lo menos en que algún día el dolor desaparezca; A diferencia de lo anterior para Hoffman no parece haber una vuelta de esquina o camino alterno, pero él no es del tipo que se entrega a un caudal de dolor y sentimientos, este es mucho más reposado casi que medido y sobre todo consiente, Hoffman es esa clase de personaje al cual la vida le ha dado palo desde pequeño cuando vio desaparecer sus padre por culpa de la segunda guerra mundial más adelante cuando todo por fin estaba marchando bien muere su hija unos cuantos años antes de ser inventado el tratamiento para la enfermedad lo cual desemboca en una serie de desastres y fracasos que llevan al protagonista a perder el sueño pasando las noches en vela leyendo a Spinoza y devorando cuanto hay en el refrigerador ocasionándole graves problemas de salud, al no haber bocado que llene el hueco de sus fracasos el vacio es lo único que ve seguro en su porvenir.
Lo que se resalta con cada perdida es el momento histórico en que va recordando los infortunios, la verdad no sé si esa conciencia se deba a la condición de diplomático que ostentaba Hoffman o por la necesidad de encontrar un culpable o una explicación, tanto es así que en las últimas páginas del libro recoge el siguiente fragmento de las elegías de Rilke “cada pesado giro del mundo tiene tales desheredados que no forman parte ni de lo anterior ni de lo venidero” a pesar de lo acabado que pueda parecer Hoffman la felicidad no parece del todo descartada pues vendría siendo una posibilidad dentro de todas las cosas que puedan pasar de aquí a su muerte, tal vez sea por eso que leía el tratado de la reforma del entendimiento de Spinosa que por cierto resulta muy interesante la forma en que entendía cada parte del tratado brindando un ejemplo de cómo se dialoga con un texto (lo digo particularmente porque en el colegio me lo decían mucho pero no entendía como era) otro elemento que ayuda a mantener el interés y el equilibrio son los referentes a la intriga y el espionaje aunque en esta novela no son tan predominantes ayudan a balancear el drama y a la vez a complementar el cuadro histórico sobre el cual se tejen las desdichas del personaje, una vez le oí decir a alguien que el hombre no puede escapar de su tiempo ni de su espacio, en esta novela pasa lo mismo también con las culpas pero a pesar de todo esto se las arregla para encontrar una última esperanza tal vez la única a la que pueda recurrir aunque me haya tomado por sorpresa resulta algo a lo que con frecuencia se recurre en la vida real pues aquellos momentos de la historia que van dejando a su paso montones de desheredados también tienen un final, si nos quieren dejar sin pasado ni futuro, lo mejor es empezar a construirnos para escapar de la nada y la mejor forma de vengarse del que nos quiere hacer desaparecer es vivir. Por lo demás me queda recomendar esta lectura aunque no es mucha la información que pude encontrar del autor y menos de este libro dejo el enlace a una entrevista para complementar

Imagen tomadade http://www.laie.es/foto/muestraPortada.php?id=9788477651383


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lunes, 8 de febrero de 2010

Dias de Feria

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Durante unos 3 tres días viví la experiencia de estar en una feria itinerante instalada en el jardín botánico de la ciudad de Medellín, en esta ocasión en calidad de vendedor de frituras (pancerotis, palos de queso, salchipapas y tamales) en compañía de mi familia; Eran muchas las expectativas que teníamos pero las necesidades de orden económico fueron más fuertes que cualquier temor y nos embarcamos en esta pequeña aventura.



No sé si fue por lo agradable del sitio pero desde que nos instalamos sentí como si nos estuviéramos adentrando en un universo distinto, era algo así como estar en una empresa sin estructura administrativa ni departamento de personal, olvidando por un momento todos esos elementos con los cuales se hace casi que impensable el trabajo en una empresa, en apariencia puede que todo se resuma a vender, pero estar en una feria lo hace a mi modo de ver algo distinto, por el espíritu de una institución con una gran tradición histórica la cual se hace perceptible (en cierta forma) de verse haciendo lo mismo que personas del antiguo Egipto o en los días del imperio romano, pasando a la edad media donde se empezó a utilizar el término feria propiamente dicho, donde no solo se comerciaban todo tipo de productos si no también conocimiento, principalmente en el gremio de arquitectos y constructores donde ofrecían técnicas de construcción que fueron aplicadas en la edificación de castillos, catedrales y puentes, además de propiciar el encuentro con otras culturas. Algo parecido me paso cuando me vi con gente tan diversa como bogotanos, indígenas, peruanos y hasta gente de la india, compartiendo en un espacio de trabajo menos rígido, donde se podía conversar con los demás expositores, echar un vistazo a los demás toldos y saber un poco de los viajes que hacen a menudo, probar sabores de otras partes como los deliciosos churros con ariquipe de unos bogotanos que por más que he buscado no he podido encontrar otros iguales y mi primer encuentro con una autentica lechona.




Aunque claro que pudo haber sido mejor si no hubieran cancelado la feria por falta de un par de firmas, mientras los organizadores las conseguían se fueron deteriorando los tamales a tal punto que se perdieron, para cuando reanudaron la feria solo nos quedo la preocupación de cómo pagar el dinero que nos prestaron para hacer los dichosos tamales, teniendo que pasar el resto de la feria vendiendo empanadas producto con el cual se han levantado infinidad de parroquias y centros comunales del país, junto con el resto de fritos, logrando pasar de esta forma sin pena ni gloria. Aun así creo que esta experiencia me ha mostrado una parte amable del comercio con relación a otros ambientes como el almacén o el centro comercial tanto como si se es comprador o si se es empleado donde difiere en gran medida el trato y hasta el mismo proceso de compra, así pues resulta gratificante comprobar que hay otros espacios y sobre todo practicas y actitudes comerciales más humanizadas y enriquecedoras que las que uno está acostumbrado a ver en la ciudad. Eso es todo.